lunes, 19 de diciembre de 2022

No necesitamos pAz

Desde la sinceridad de mi boca herida y mis ojos apagados, reconozco el miedo de ser todo lo que me está pasando.  El recuento de la pena y de la capacidad abstracta de resolver preguntas que nunca me fueron hechas. Me acurruco y pienso en él entre tantas siluetas mientras mi cuerpo se endurece en una misma posición, ruega por no volver a moverse, por apagarse de a poco y  ser sólo una luz tenue en alguna ventana de una construcción tan antigua como mi confianza.
No puedo decir que esto vaya a acabar conmigo, pero amiga, cuando te escucho y me escucho y sé que nos ha dolido igual, el pecho me aletea en un respiro lento y asqueroso y brota de mi todo este desprecio, por mi mente, por mi cuerpo, a veces por mi rostro. Y no sé cómo decirte que no te sientas igual, que tenemos mucho más de qué hablar. Que afuera hay un monstruo que nos mira en todos nuestros ángulos, en todos los entornos, y quiere que nos veamos así, que encorvemos la espalda hasta volvernos resorte, y no queramos mirar nunca más hacia la inmensidad del cielo, no mientras habitemos aquí, en este cuero, en este corpóreo que pareciera no ser nuestro, donde dentro baila mi yo verdadera, liviana, feliz, atrevida, y algunas veces, muchas, deseosa.

sábado, 27 de agosto de 2022

Escribo de vuelta I

Sinceramente no pensé que la vida me arrojaría a volver a escribir, o quizás no en este momento. Re-leo lo que escribí hace meses-años y no puedo evitar sentir que me engañé con tanta confianza en lo que venía ¿confíe en lo que debía? en quién debía, o tal vez nada de esto se trataba de confiar, ni comunicar, ni amar sin condiciones. Se trataba de que un día podía cambiar todo e independiente de mi trabajo y mi corazón me encontré sola en medio de la calle, desorientada, aferrada a una mano que no respondía, intentando caminar por noticias y resultados, intervenciones y clínicas, cargando también con la decepción del abandono. Me veo de pie, de todas formas, a través de todo, como si fuera un envase vacío en la playa, que resiste el azote del viento en contra y la amenaza de las gaviotas. No sé cuánto me está costando esto, no sé realmente como estoy, no sé como toda la ternura se convirtió en miedo, no sé cuándo dejaré de odiar el sentir que todo fue en el peor momento, no sé si perdonar o vivir recordando que tanto tiempo de mi vida se fue cuando más pequeña y vulnerable me vi, fingiendo siempre estar entera, inflexible, infatigable. Quisiera poder contarles a todos como me siento, gritar que estoy aquí con todo esto encima, que merezco que el mundo sea más suave, requiero algo de justicia, como si el mundo fuera justo, y me hablara nuevamente de amor, de cariño, y envolviera esta situación azulada en un manto de extrema delicadez. Cuando más quise sentirme abrazada y cuidada me quitaron las frazadas y me piden que baile y cante, y sea buena conmigo misma, y sea mayor, me sepa cuidar, pueda poner límites, aprenda a manejar, cocinar, y me concentre en lo bueno. Hasta yo me pido que este escrito sea ejemplar, sea bueno, de calidad, como si pudiera volverme extraordinaria en poco tiempo, como si mis emociones no pudieran derramarse en algo que no tenga una forma definida. Me siento triste, por las canciones que ya no puedo volver a escuchar, por los libros que no soy capaz de tomar, por las fotos repartidas en la habitación que tengo que tapar, por los regalos que empezaré a borrar. Más aún por el futuro escrito que pensé sería nuestro. No puede ser fácil, no puedo hacerlo bien, en calma. 

sábado, 3 de abril de 2021

vida negra

Los años han pasado, el tiempo, ineludible, extraño, a veces olvidado, pasa, aunque realmente no exista, decidimos designarlo, comprometernos con su estructura, adaptarnos a sus etapas.
Yo ya tengo muchos años, no suenan como tantos cuando la gente los escucha, pero yo siento que el peso ya es suficiente, como escribió Caicedo, "yo muero porque ya para cumplir 24 años soy un anacronismo y un sinsentido, y porque desde que cumplí 21 vengo sin entender el mundo". Vivo en casas de otros, bailo en casas de otros, escribo en casa de otros, y no sé si algún día tenga la mía, un lugar pequeño y básico para escribirme a mí misma, para jugar con quien amo, para servirnos té y recitar poemas, para sentir la protección que tanto me falta, el amor incondicional que él me brinda, y que no puedo aprovechar a concho. Aquí no me siento amada, siento que cada día crece un sentimiento abismal que es el resultado de la falta de compresión, de respeto. No hay empatia por lo que pueda sentir el otro, y siempre soy yo quien tiene que agachar la cabeza y aceptar actos que llegan a ser obscenos y egoístas. 
Mientras lloro, en un silencio que solo rompen los ladridos de los perros de la calle, busco calma en aquella imagen, de ventanas con gatos y plantas verdes, de teteras que sueltan de forma paulatina el aroma a te verde, de libros y libros y libros amontonados que leeriamos, a veces solos, a veces juntos, del sexo que significaría sólo bienestar, nunca un acto de traición, de egoísmo ni de falsedad, sino que una melodía, basada en el consentimiento y la igualdad, como si fuera incluso una pancarta política, como si el sentir placer llevara implícito un manifiesto de mi feminismo y de su aprendizaje. El llanto va cediendo, pero mañana será lo mismo, y pasado mañana también. ¿cómo podré escapar? Reitero ¿qué haré con el miedo? ¿qué haré con la vida demostrándome que mi suerte no existe?
Me tengo que autoabrir la jaula, pa' volar como pájaro.

viernes, 5 de marzo de 2021

Quietud de acantilado

El verano pasa siempre desapercibido en la casa del acantilado. La brisa del mar mantiene la temperatura baja y con un aire húmedo que no te permite quitarte el chaleco pasadas las seis de la tarde, o por lo menos yo nunca lo hice. Pasé horas en el balcón de aquella casa, respirando de verdad y dejándome sorprender y amedrentar por el movimiento imprevisible de las olas. 

La primera semana en que nos visitaron desde el Este no sentí mayores cambios en mi ánimo, siempre había sido una mujer absolutamente resuelta a la tranquilidad y a la inmovilidad, a dejar pasar por el lado la vida que parecía nada más que una pintura mal hecha en tonalidades verdes. Entonces, sucedían a mi alrededor todo tipo de movimientos que dejaba en un segundo plano, mientras vestida con las telas largas de mamá, recogía los duraznos que ya habían caído al suelo, evitando así que los caracoles los comieran. 

Durante ese tiempo supe que vinieron. 

El pueblo, a pesar de estar alejado de la casa del acantilado tenía el poder de hacer correr los rumores desde el centro, hasta los rincones más recónditos. Supe entonces que unas extrañas formas habían descendido del cielo y amablemente habían mejorado las cosechas de los sorprendidos pueblerinos, quienes se mantuvieron pálidos y quietos frente a las formas. 

¿Una forma? ¿pero a qué se referían con una forma? formas hay muchas, como la que toma la leche cuando uno la vierte lentamente en el té recién hecho, o la de la mermelada adaptándose a cualquier frasco. Pero no podía perder mi tiempo divagando, debía preocuparme por la casa, por mamá adentro, esforzándose por respirar, por la casa y por mamá, por mamá y la casa, que parecía que fueran una sola, ambas desmoronándose, recorriendo un camino que cada vez se alejaba más de la vida, y se acercaba más al abismo. 

Recuerdo que cuando necesité saúco para bajar su fiebre tuve que caminar hacia la vecina más próxima, la cual me conocía desde que era niña y sabía que cuidaba a mamá desde hace unos años. A medida que avanzaba y me alejaba del acantilado me giré para mirar el panorama, la casa tambaleaba, al igual que mamá, podría jurar que cambiaba de aspecto cuando yo no la miraba.

Me apresuré a la casa de doña Dila, como dije, nunca he sido fácil de impresionar, pero esa mañana la señora, encorvada y arrugada, pero con un semblante de amor, me confesó una verdad que no pude pasar por alto. Dijo que quienes no podían morir, y se sacudían en sus camas agonizantes por años, corrían esa suerte debido a que habían sido en vida malas personas, que acechadas por sus propios demonios, no podían soltar su alma de esta tierra. Nunca había escuchado aquello, pero me pareció una pésima noticia. Mamá sí había sido mala. Yo por mi parte no quería vivir tantos años, soportar mi existencia parecía un trabajo muy arduo para alguien con tan poca energía como yo. "¡Tendré que ser buena!", pensé, y evité el impulso de empujar a la vieja al piso por hablar mal de mi madre, seguramente jamás podría volver a ponerse de pie. 

Los días siguientes me mantuve más calma de lo normal, mi rutina consistía en mantenerme ocupada todo el día para no pensar en nada que acelerara mi organismo, trataba de no sentir rencor por mi infancia, pues esto podría llevarme al odio, el odio me haría una mala persona, y terminaría viviendo noventa años postrada en una cama, como dijo la anciana. Debido a estos pensamientos es que cuando los visitantes llegaron a mi campo, ya sabía dominar mi temple en cualquier situación, y sus formas originales y abstractas no hicieron que me sobresaltara.

Dijeron hola, pero no hablaban, las burbujas líquidas de sus cuerpos traslúcidos me saludaban, supe de inmediato lo que decían. Quién parecía la forma principal tomó mi mano. Sabía tanto él como yo, que ya nos habíamos presentado. Nunca me habían tocado, mamá dejó de hacerlo cuando yo aprendí a andar, y el toque de las vacas y los caballos no era lo mismo que una mano, una mano líquida y burbujeante. 

Les conté lo que sabía, la tierra era redonda, las estrellas podían predecir mi estado de ánimo, y nunca, nunca había que comer calas, porque eran tóxicas para los humanos, quizás para ellos también. No se rieron de mi sabia inocencia, no venían por mí, sino por la casa. 

Comenzaron los más robustos a caminar sigilosos hacia la casa, más que caminar se mecían de un lugar a otro, transportando sus delicados líquidos hacia adelante. Si bien no tenían una forma definida, podían conectarse con un concepto y transmitirlo. Pensé yo que como mejoraron las cosechas de los campesinos, podrían componer a mi madre y a mi casa, si ayudar era su tarea principal, pero la situación fue más allá de eso. 

No podría explicar en cuanto tiempo realizaron su labor, pero creo que fueron horas, que pasaron como minutos. Absorbieron algo, las formas se pegaron a la madera como unas sanguijuelas, y deshicieron la casa, la cual se desmoronó como si fuera un hielo puesto al sol. Yo esperaba tranquila su fin, y me preguntaba lentamente ¿que pasaría con mamá? ¿sería bueno o malo que las formas la absorbieran? Cuando había terminado de pensar ya no quedaba nada, ningún mueble, ninguna ventana, ninguna vaca. 

Creí sentir algo por un momento. 

Mi sombrero voló. La forma principal me rodeó la cintura y me entregó un beso. Me dijo que no tenía nada que enseñarme, menos explicarme. La decisión era mía.  

Supuse tantas cosas, me creí mala, me creí buena, me supe bendecida, luego me sentía miserable. Había sido arrebatada de todo en una fracción de tiempo inexplicable. El acantilado, lo único que me quedaba, se alzaba como un monumento a mi quietud, y me llamaba a dar un salto. Las formas ya se habían ido. Si mi lógica era buena, y los comentarios ciertos, las formas mejoraban la vida de las personas, los simples, enloquecían con la idea de una mejor cosecha, en cambio yo, llena de tantas aristas y dueña de una personalidad inquietante de tan quieta, había perdido todo, puesto que perder todo, era incluso mejor que la casa, con madre, en el acantilado. 

No sabía si podía alejarme de ahí, no entendía por completo el asunto, pero presa de la obsesión de mi serenidad, caminé recto, hacia el próximo lugar, que me proporcionara la calma necesaria para morir joven, y no convertirme en casa. 


lunes, 22 de febrero de 2021

En memoria de los perros

Tengo suficientes años como para llorar si es preciso. Antes no podía, alzaba mi cabeza hacia el cielo intentando que el agua que inundara mis pupilas no cayera nunca. Caer, aquel símbolo de tristeza, de indefensión, me provocaba un rechazo absoluto, tanto así que me jactaba de ser alguien que no lloraba, y es verdad, no lo hacía. La mayoría de los adolescentes viven envueltos en lágrimas, por el clima, por el amor, por los exámenes, por la familia. Yo en cambio viví disociada por mucho tiempo, formando relaciones que pensaba duraderas, abriéndome de la manera que considera correcta, y juzgando otras formas de sentir. Esta no es mi historia de vida, no tengo años suficientes como para escribirme, pero estoy comenzando a mirar las marcas desde afuera, a repensar lo vivido y lo dañado, a reflexionar sobre si es factible unir lo desunido, parchar lo roto, acariciar el lado arisco de mi propia personalidad. 

domingo, 10 de enero de 2021

En memoria


Había tantas cosas que me recordaban a ti, los pájaros cuando se paraban y te miraban con sus ojos de enojo, las guías turísticas del lugar que fuera, las escenas de contemplación en las películas aburridas y un largo etcétera.

De la abuela también me acordaba siempre, sobre todo en la cocina, cuando los fideos con salsa me quedaban malos, pensaba en cómo ella los hacia sin ningún esfuerzo, sin ningún truco, y aun así sabían al cielo. 

Cuando recordaba a mi abuela me saltaba a la cabeza un cuento, de una niña en la ventana, de una abuela y una nieta comiendo, creo que se llamaba Justina, a ella no le gustaba su nombre, con ese cuento me imaginaba la idea de algún día vivir en otro lugar, en una casa con ventanas, que diera a un patio enorme, en una ciudad alejada del mismo.

La realidad era brutalmente distinta, la abuela vivía en una casa sí, pero distaba mucho de ser el paraíso del cuento, recuerdo que su piso siempre estaba sucio, igual que las despensas y los lugares donde se guardaban las tasas, el patio tenía un suelo irregular donde siempre era posible caerse, y apilaba distintas plantas, una encima de otra coexistiendo en poco espacio, y en los recovecos entre uno y otro macetero se escondían distintos juguetitos pequeños comprados en la feria, autos de carrera, gatitos, perritos, alguna figura de dibujos animados antiguos que ya no conocíamos. Cachivaches de la feria, siempre apilados, diez lentes de sol, cinco gorros, seis pañuelos, y una cantidad hilarante de cojines sobre la cama. No es que abuela fuera sucia o desordenada, pero cuando tú corazón ya no cabe en tu pecho y sientes constantemente un ahogo que no puede ser sanado, limpiar pasa a segundo plano. Y no me refiero a esto en un sentido figurativo, estaba enferma del corazón y los doctores fueron lo suficientemente malos durante muchos años. Atenderse en el sistema público de este país era una verdadera y sistemática tortura, y buscar otra opción era absurdamente caro. Nos llamaron del consultorio casi un año después de que había muerto para decirnos que tenía una hora. Para ese entonces no quedaba nada más que cortar el teléfono y guardarnos el rencor hasta el fondo del alma. 

Yo no crecí ahí, esa fue mi hermana. Lo que más me gustaba de esa casa, aparte del caos de las compras de la feria, era como la habitación de abuela estaba un poco más alta que todo lo demás. Para explicarlo tendría que hacer un plano, serían muchas complicaciones, y tiempo no tengo. Pero no está demás decir que de partida su dormitorio no estaba dentro de la casa, el terreno consistía en una pequeña casa, y dentro del patio, el cual se dividía en dos extensiones, separadas por un árbol, había una pequeña habitación hecha de madera, un poco elevada del suelo. Abuela la había mandado a hacer hace algunos años para dormir ahí porque las otras paredes la ahogaban, era como acceder a un cuarto escondido, entre plantas y cemento, entre el polvo que removían los gatos cuando bajaban desde el techo de la vecina a robar la comida del oso, perro café, siempre enojado, que sostenía los pies de la abuela cuando ella se sentaba a ver la televisión. Pienso quizás, que algo de los abuelos y las abuelas siempre es mágico, será porque las arrugas que tienen son más extensas que nuestros planteamientos, y que vivieron escenas que ni siquiera imaginamos, como cuando nos contaba haber vivido en el pueblo minero de Sewell, en la cordillera de los Andes. Decía que el lugar se encontraba en altura, y siempre adornado por la nieve, vivió ahí cuando niña, cuidada por quién sabe quién. Hoy ese pueblo es patrimonio de la humanidad, y un espacio turístico, entonces me pierdo en el tiempo, pensando que lo que ella vivió yo jamás, y que sus experiencias de vida me parecían tan extrañas que me rememoraban algún cuento de fantasía encerrado en aquella pieza tan particular. 

Ahí mismo la encontraron muerta, y me cuesta incluso escribir esa palabra,  muerta, pero lo digo con justicia, porque abuela no hubiera querido vivir con ninguna limitación, menos aún corporal, el ahogarse por las tardes ya era suficiente. El ataque si bien no la mató instantáneamente le permitió pensar en el final, y saber que había ganado, que había vivido lo suficiente para ella, aunque poco para nosotros. Y se preparó para irse en ese mismo instante, me consta, porque si bien no tengo ni la mitad de su fortaleza, nacimos en el mismo mes, y confío en que algo de su poderosa alma me acompaña, quizás es parte de mis dedos, que son los que me permiten escribir, o quizás se quedó en nuestras mismas mañas, en comer dulces a pesar de que están prohibidos, en el desorden, en lo inevitable que se nos hace/hacía enojarse hasta gritar, porque las cosas son como las leo dicen que debe ser. No pretendo con esto decir que soy especial, ni que ella me eligió en algún sentido, no todos eligen, pero prefiero pensar esto para darle sentido a su muerte, la cuál es la primera que tuve que llorar en todos los años en que llevo viva, y que como tantos otros momentos viví sin conectarme en absoluto con mis emociones, actuando de manera mecánica, pensando que de eso estaba echa, de una personalidad dura y menos sensible que los demás. 

A la final no era insensibilidad, sólo una apasionada ignorancia, voluntaria en parte, por ojalá no entender ni sentir lo que me estaba pasando. Hoy ya curé esos errores, y siento tanto pena como alegría, ahora mi casa también me ahoga en las tardes, preferiría la ventana que da al patio grande, con pasto verde en la cual se ponía Justina a mirar, pero no volvería a esos días, que me impidieron llorar tranquila, la ida de abuela al cielo en el que ella creía, y la absoluta muerte de su cuerpo, sin vida después de la muerte, que es en lo que yo creo.  


domingo, 20 de diciembre de 2020

Los culpables

los signos que distingo no me dicen nada,
si pudiera tropezar, estaría más tranquila, 
si fuera en realidad una memoria, 
una melodía. 
Ni el fracaso sienta bien cuando no es tan verdadero,
te siento cerca mío. 
y ni siquiera te quiero. 
Y me da por repetir a oscuras el canto, 
sagrado, sangrando y no estoy en mi cuarto. 
Lo malo es interés de los ricos,
la esperanza es mentira para no morirnos, 
mientras vemos como la tierra es suya,
los puertos les pertenecen, 
y mientras el agua envejece,
también es suya.
Y me da por repetir, a oscuras la promesa,
de dejarnos vivas, 
de liberar presas,
de tomar como nuestro lo robado,
de recordarte niña,
que fuimos niñas, 
en ese caluroso verano, 
en donde el pantalón pegado a las pantorrillas, 
era el miedo de no salir solas, 
de no traspasar las orillas.

Y en mi ruego me estremezco, 
porque no tengo a quien rogarle,
porque dios es de ellos, 
dios es de los culpables. 

sábado, 25 de abril de 2020

Escribo por la confusión I

Después igual sueño.
Y el sueño me habla,
de lo que tengo en la cabeza,
transparenta las cosas que no te quise decir,
y me hace temblar
entre todo lo que pienso
y no dejo que pase más allá,
que atraviese paredes que no debe atravesar,
porque no todo sentimiento es benigno,
como no todos los pensamientos son malignos.

Pero preferiría que no,
que no estemos de pie ante nadie,
porque yo estoy acostada en mi recinto,
tambaleando el mundo de dentro,
arriba de la muralla,
derrumbándose,
vestida de fiesta para ir a algún funeral,
fragmentando todo como mecanismo
 para evitar pensar
en las cosas que no te quise decir,
porque en el temor
no logran ser elaboradas.

Si supiera como me siento lo diría,
no esperaría al sueño
que me agota
y me termina de matar.


lunes, 9 de marzo de 2020

No nos dejamos ser felices, nos anteponemos a la amargura y recordamos que las cosas se hacen por deber, y no por cariño. Si fuera una niña persiguiendo un volantín, si fuéramos todos el gato que duerme donde se le da la gana, si no me sintiera tan frustrada. Quizás hubiera sido buena en algo. Quizás no escribiría como ahora, podría haber dado frutos en otro árbol, aprendería a desenvolverme de otra manera en el espacio terrible de las letras. Sin ocupar: sin embargo, al contrario, por lo tanto, en torno a este tema, bajo esta perspectiva, en esta investigación. Estaría recordando las palabras que suenan bien y le dan significados a  los sentimientos: melodía, melaza, sustancia, ambivalente. Trabajaría con los sentimientos, llegando al punto más hondo del sinsentido, de la abstracción, de la emoción cuando uno escribe desde el alma, cuando un cantante llora en su canción o un autor cuenta una historia personal para olvidar el daño. Sería pobre, pero tendría un alma. Ahora soy pobre, y siento rabia. 

martes, 11 de febrero de 2020

Diarios


Ese fue el verano de las alucinaciones. No sabía qué tanto pasaba de verdad, pero quise escribirlo a modo de recuerdo. A veces se trataba de cuentos, otras eran corrientes de la conciencia e incluso algunas noticias imaginarias.
¿Cómo me vería en la prensa? ¿Algo así como Alias Grace siento acusada de intrigas y estrategias? Quisiera.

En el primer acto estaba yo.
Siempre yo,
actuando de otra. 


"El cielo nunca abrió, estuvimos atentos, sentados en silencio observando cómo las nubes inundaban el cielo. Mientras no saliera el sol se hacía difícil levantarse, nuestros cuerpos marchitos por la nada no conocían el placer inteligente de asomarse a la brisa. Cuando me paré ya era tarde, no lo habría hecho pero la hora de comprar el pan nos golpeaba a pesar de todo. 
Salí fuera de la casa grande y desocupada.


¿Quiénes eran los otros? Sólo yo.
Cuando ya tenía el pan en las manos me vi en medio de las calles desiertas de la costa, sentí el viento helado y la niebla que construían la sensación de contaminación, de observar con obstáculos, de enfocar la vista en una fotografía borrosa y con humo. Traía un chaleco abrigado encima pero en los pies sólo llevaba chalas ¿Por qué? pies helados e incómodos, tiesos de tanto frío, lentos de exacerbada calma.


Confundida miré en amplio, y apareció ahí lejos la rueda a la que alguna vez me subí. Juego sucio de feria, recuerdo de lo ambiguo de la suciedad, y de la importancia de las luces de colores. Me enternecí ante el llamado a la nostalgia. Te quise tanto como quiero desvanecerme ahora - pensé. Pero atrapada en Pueblo Fantasma lo único lógico que se presenta como respuesta es volver a la Casa Fantasma, con sus integrantes fantasmas, y tomar la botella de pisco que por cierto es muy real, y beber con desesperación para sentirme más feliz -sentirnos- porque muchos más habitan este cuerpo. Y en vez de sonrisas llorar y llorar y subirnos todos juntos a la rueda y ahora no sentir nada por la anestesia y quizás vomitar, salirnos y balancear el asiento, y quizás caernos para que con el cráneo abierto la ciudad sea ciudad y los integrantes de la casa sean integrantes de la casa, porque yo seré fantasma y ya todo calzará. Todo estará muerto. 
Pero estoy aquí con el pan entre las manos para dar unos cuántos pasos más entre este frío tan molesto y volver cansada a la casa para por supuesto dar de comer a los muertos.


lunes, 20 de enero de 2020


Tendría que volver a encontrarte entre tantos, en el mar de gente que recorre la Alameda y dobla sin mirar hacia alguna calle atestada. Tendría que aprender a decir otro nombre en la noche cuando a tientas siento un miedo infundado al futuro, sería tan confuso comenzar, así sin tiempo, a deshacer franja por franja el presente y comprarme otro futuro, cuando tú sabes lo difícil que es la revolución, y cuánto me cuestan los cambios. Tendría que olvidar mi cerebro como te veías cuando sonreias porque me amabas, hace tanto tiempo.
Y yo volvería a ser una niña pequeña, a la cuál el sol quemaba, tendría que volver a esconderme en libros con historias mejores que la mía, o mejores que lo que podría escribir, y me abrazaría el mar cuando pensara en lo perdido, y me hundiría en sus corrientes pensando en el mal. Y sería alguien sería y taciturna, pero te prometo que lo tendría todo, porque no tendría nada y podría volverme loca sin hacerte daño, y podría estar triste sin preocuparte y podría morirme, así, sin tanto espanto.


Eterna me mira lejos, desde el otro lado de la ventana, sabe que conmigo los juegos caleidoscopicos no funcionan, no tienen cabida. Insiste -desde su rincón- en proporcionarme la calma que merezco, la calma que sólo ella, una máquina, me puede proporcionar.
Por otro lado estoy yo, mirando desde cerca, del otro lado de la ventana, no tengo planes ni estretegias y pareciera como si el mundo me hubiera ganado todas las batallas. Insisto -desde mi rincón- en golpearme de frente con la vida, sin calma, sin máquinas, sin artificios que me puedan arreglar un corazón