lunes, 19 de diciembre de 2022

No necesitamos pAz

Desde la sinceridad de mi boca herida y mis ojos apagados, reconozco el miedo de ser todo lo que me está pasando.  El recuento de la pena y de la capacidad abstracta de resolver preguntas que nunca me fueron hechas. Me acurruco y pienso en él entre tantas siluetas mientras mi cuerpo se endurece en una misma posición, ruega por no volver a moverse, por apagarse de a poco y  ser sólo una luz tenue en alguna ventana de una construcción tan antigua como mi confianza.
No puedo decir que esto vaya a acabar conmigo, pero amiga, cuando te escucho y me escucho y sé que nos ha dolido igual, el pecho me aletea en un respiro lento y asqueroso y brota de mi todo este desprecio, por mi mente, por mi cuerpo, a veces por mi rostro. Y no sé cómo decirte que no te sientas igual, que tenemos mucho más de qué hablar. Que afuera hay un monstruo que nos mira en todos nuestros ángulos, en todos los entornos, y quiere que nos veamos así, que encorvemos la espalda hasta volvernos resorte, y no queramos mirar nunca más hacia la inmensidad del cielo, no mientras habitemos aquí, en este cuero, en este corpóreo que pareciera no ser nuestro, donde dentro baila mi yo verdadera, liviana, feliz, atrevida, y algunas veces, muchas, deseosa.