martes, 11 de febrero de 2020

Diarios


Ese fue el verano de las alucinaciones. No sabía qué tanto pasaba de verdad, pero quise escribirlo a modo de recuerdo. A veces se trataba de cuentos, otras eran corrientes de la conciencia e incluso algunas noticias imaginarias.
¿Cómo me vería en la prensa? ¿Algo así como Alias Grace siento acusada de intrigas y estrategias? Quisiera.

En el primer acto estaba yo.
Siempre yo,
actuando de otra. 


"El cielo nunca abrió, estuvimos atentos, sentados en silencio observando cómo las nubes inundaban el cielo. Mientras no saliera el sol se hacía difícil levantarse, nuestros cuerpos marchitos por la nada no conocían el placer inteligente de asomarse a la brisa. Cuando me paré ya era tarde, no lo habría hecho pero la hora de comprar el pan nos golpeaba a pesar de todo. 
Salí fuera de la casa grande y desocupada.


¿Quiénes eran los otros? Sólo yo.
Cuando ya tenía el pan en las manos me vi en medio de las calles desiertas de la costa, sentí el viento helado y la niebla que construían la sensación de contaminación, de observar con obstáculos, de enfocar la vista en una fotografía borrosa y con humo. Traía un chaleco abrigado encima pero en los pies sólo llevaba chalas ¿Por qué? pies helados e incómodos, tiesos de tanto frío, lentos de exacerbada calma.


Confundida miré en amplio, y apareció ahí lejos la rueda a la que alguna vez me subí. Juego sucio de feria, recuerdo de lo ambiguo de la suciedad, y de la importancia de las luces de colores. Me enternecí ante el llamado a la nostalgia. Te quise tanto como quiero desvanecerme ahora - pensé. Pero atrapada en Pueblo Fantasma lo único lógico que se presenta como respuesta es volver a la Casa Fantasma, con sus integrantes fantasmas, y tomar la botella de pisco que por cierto es muy real, y beber con desesperación para sentirme más feliz -sentirnos- porque muchos más habitan este cuerpo. Y en vez de sonrisas llorar y llorar y subirnos todos juntos a la rueda y ahora no sentir nada por la anestesia y quizás vomitar, salirnos y balancear el asiento, y quizás caernos para que con el cráneo abierto la ciudad sea ciudad y los integrantes de la casa sean integrantes de la casa, porque yo seré fantasma y ya todo calzará. Todo estará muerto. 
Pero estoy aquí con el pan entre las manos para dar unos cuántos pasos más entre este frío tan molesto y volver cansada a la casa para por supuesto dar de comer a los muertos.