domingo, 5 de noviembre de 2017

Umbral 1

Volví a pensar en él antes de que el adormecimiento llegara a mis manos, la boca ya me sabia amarga y por entre los cables se me aparecía la silueta de Eterna bailando sin zapatos, moviéndose al ritmo de una canción que no se podía bailar -no lo recordaba con certeza- pero es probable que su prohibición haya comenzado antes del 2030, lo que me parecía una buena decisión, esa melodía pusilánime habría hecho estallar a cualquiera. La noche estaba atravesando el umbral 9.0 cuando habíamos tomado tanto, habíamos llorado tanto entre las risas de los demás, que yo me sentía apagado cada vez que pensaba en él, en donde estaría, en si existiría un lugar en el que él pudiera bailar como Eterna lo hacía, sin pensar en el fin del mundo, en las canciones prohibidas o en los antros de los gorgos, si me recordaría con mis manos frías, diciéndole que lo amo, contándole cuando papá terminó en la militarizada tecnológica odiándome por ser tan extraño, pidiéndome que no te quisiera y yo queriéndote, tocándote en algún sueño con mis manos frías, y te digo Diego que ya no las quiero tener frías, que Eterna ha sido un pajarito que encontré tirado en la lluvia, y no la quiero como te quiero a ti, porque pasados los días ella alza el vuelo, se pone a recoger galletitas en la vereda y se olvida de mirarme profundo, se olvida de preguntarme cuántas pesadillas tuve la noche pasada, o cuántas veces tuve que pararme a apagar el teléfono, ella está aquí y no es nadie, tú estás allá y te convertiste en todo, y no sabría como explicar que esto no es una historia de amor, que el amor ya no existe pasados tantos años de tormento, de guerra, de escasez, el amor ya no podría ser menos importante, y el monsón de pensamientos acaba y permanezco sentado donde he estado toda la madrugada del umbral 10.0, con el mismo vaso en la mano, con la boca aún agria, pensando en cómo conformaste un universo en mi cabeza, aún cuando ni siquiera existes.