lunes, 12 de junio de 2017

Escribo por estrés 1

El espacio siempre había significado mucho para mí, su forma de ser humano sólo se completaba cuando podía situarlo en el sitio eriazo que se aparecía siempre en mis sueños, como una especie de recuerdo dulce inventado. Nunca supe que pensaba de mí pero lo llamaba despacio desde la otra vereda, sabía sin mirar hacia atrás que vendría con sus pasos inseguros, moviéndose como si lo estuviera atropellando un camión- no te escondas dita-, me decía a ratos, parecía como si el verano aún viviera en él, me lo imaginaba siempre de niño con las piernas flacas buscando bichos en el suelo, yo hubiera estado adentro, siempre adentro con vestidito bonito dando gracias que las mujeres hemos sido condicionadas a no tocar la tierra, a no ensuciarnos los zapatos, porque no me llamaba en absoluto la atención, pero quizás si hubiera visto sus dedos mi opinión hubiese cambiado, aquél niño de dedos largos podría haberme invitado a acercarme a él, a rozar por primera vez mis vestiditos con su pecho de niño que más tarde crecería sólo un poco más y andaría desprevenido en la avenida de las rosas, desee tanto tanto que cuando dijera   en realidad fuera mi nombre, pero sabía que se equivocaba, que le hablaba otra, a otra que no había pensando en su pecho tanto como yo, que no lo había deshecho tanta veces. Esa irremediable distancia entre donde estábamos en realidad y donde estaba él hacia difícil las caminatas en pleno invierno. Nunca pude convencerlo de que lo amaba y nunca lo amé de verdad, la vida me había pasado la cuenta.