Tristán siempre evitaba responder a la pena, se sacudía con unos gestos extraños que parecían presionar algunos de sus órganos vitales, para así no sentir que algo le latía ahí dentro, una pena abrigada, y pocas veces transitoria. Algunos días lo apenaba la visión intrépida de que en un futuro no lejano existiría un tipo de instrumento ortopédico que serviría para moldear los dedos de las manos, de tal manera que todos fueran del mismo tamaño y del mismo grosor, lo cual, para la población esquizoide significaría un símbolo de refinamiento. Esta idea lo perseguía por una eternidad de minutos y provocaba los espasmos, mundo futuro, futuro del mundo, tanto por recorrer y por sufrir, como sufre la mujer de calle 1 con calle 5 cuando le habla entre poemas baratos, que no entienden de métrica, a la niña que le robó toda la energía de su cuerpo, que le expandió los huesos y le quitó sangre, le dice entre sollozos:
"Elige con las manitas amarradas,
toma lo que quieras
con estas dos mantas agujereadas
y júrame por Dios que no vas a llorar,
que el
viento no te va a mandar a volar
lejos de mí,
lejos de esta miseria que te
quiero regalar,
en la que te quiero sostener entre mis brazos,
con mi cuerpo
desahuciado, aniquilado
por las decisiones de los demás,
por la comida barata
que un día dejé de soportar
y Conviértete en gusano, tripa, trazado
de camino, desatado."
Tristán calla.