lunes, 14 de septiembre de 2015

3:30 Adriana
3:30 Adria
3:30
En el velador una nota termina de volcarle la cabeza. ¿Quién es Adriana? Mira impasible cada trazo del dormitorio, todo parece igual, todo le hace una leve referencia de su vida, pero ¿Adriana? No figura en sus pensamientos, en los pocos que le quedan, en el estrafalario orden de su vida. Será una puta, que contrató y no recuerda, será la mujer que lo mira con pena cuando viene a hacer el aseo, será una Adriana de tantas Adrianas que olvido de camino a casa. Pero algo lo mantiene alerta, intenta pararse, primer intento fallido, cae como peso muerto de vuelta a la cama, teme haber perdido los brazos y las piernas, pero se mira y aún están ahí, han existido siempre, podrían darle una mano a su cabeza. Segundo intento, logra mantenerse sentado, pero ahora comienza a suceder, sale de la cama apurado, porque vino Diego a hablarle, proyectándose en las cortinas, haciendo que su voz retumbe, de un lado a otro, en la casa extraña, que acaba de olvidar que es de él, y tiene ganas de salir corriendo, de menguar los ruidos y reducirlos a otro recuerdo deforme y opaco, como los que ahora sostiene de forma alterna, unos días son los labios rojos de Adriana, otras veces el otoño del 1997, o alguna noche de verano pasada en vela por una tristeza desvelada que no intenta irse a dormir, pero ahora no sabe nada ni de Adriana ni de estaciones, avanza raudo, sin alguna prenda esencial por alguna avenida convertida en laberinto y llora, y llora, y llora, por el pasado perdido, por la sospecha de no ser, de acabar creyéndose inmortal, como el cangrejo, y la no-consciencia que lo hace etéreo, lo transforma en ángel, y deja sus orejas en el kiosco de Doña Alicia, pensando que está bien sin ellas, que el ruido podría hacerlo empeorar, dobla la esquina donde queda el taller del militar serio, deja la boca, creyendo que gritar podría hacerlo sentir mal, y acaba por convencerse del inútil movimiento, que a pesar de alejarlo de ese lugar (que ya no puede memorizar) no hace reaccionar por última vez sus sentidos, por lo que prefiere la muerte, y en menos de un segundo, sus átomos terminan en polvo, en grietas, en instantes, y hacen falta años para que vuelva en sí, para que pueda escuchar, el sonido de la silla de ruedas que lo completa, mientras Adriana le cuenta preocupada a Fabián que ha empeorado, que el alzheimer lo matará.