sábado, 16 de agosto de 2014

Libre de lo perjudicial.

Jinks conocía paso a paso los preparativos de la fiesta, copas impecables, ropa intachable y los mejores vinos de toda Francia. Nunca se le pasaba por la cabeza nada más que la casa, su mente era un debate interminable sobre si  los tenedores estaban teniendo mucho uso o si sólo los cuchillos debían ser cambiados, se esforzaba -aparentemente- en su trabajo,  nadie sabía que en realidad la cortesía y la etiqueta eran parte de él, y que los esfuerzos por ser el mejor criado en realidad no lo eran, sólo eran un preludio de una tarea que no requería ni la más insignificante capacidad, que los dones habían nacido junto con él y no implicaban una carga, Jinks creía que eso era suerte, nacer esclavo y no odiar serlo.
Pero antes de las siete comenzaron los ladridos, que os he dicho sólo cuatro puestos, que debéis sacar el cuadro de ahí, que Madame podría creer que eso es desacato, que porqué me miráis así empleadillo de quinta. Y la fiesta ahora es gris, y la cocina revela la verdadera identidad de todos estos hombres/mujeres que habitan la mansión, fría pero brillante, midiendo la inteligencia dependiendo del dinero que se esconda ahí detrás.
Jinks mira fijo un vaso medio lleno y piensa que quiere que desocupen la casa, que vuelvan en sus rolls royce a los lugares a los que pertenecen y descubran cosas en el camino, así el podrá limpiar mejor, exterminar el polvo que minuto a minuto cae del techo, y que cubre los muebles, no se ve, es casi imperceptible, pero está ahí, como el cáncer que la señora Clarck tiene en el estómago y del cuál nadie le ha hablado.

 [¿Será malo el vino? los colores comienzan a explotar y sus destellos se enredan con los sentidos, en el preciso instante en que Mr Arséne entra a la cocina y afirmándose de la puerta me llama a gritos. ¿Qué puedo hacer? la fiesta está en su máximo esplendor y el trabajo restante no me corresponde, pero antes de que formule hipótesis acerca del porqué Mr. Arséne me llama, soy interrumpido por su mano derecha, que estirándose con penosa dificultad alcanza mi hombro, y lo acaricia lentamente para luego subir hacia mi cabeza. ¡Pobre Jinks! exclama entre dientes (claramente está borracho) intento calmarlo, pero mis esfuerzos son en vano, su mano sigue en mi cabeza y no piensa en dejar las caricias. Miro su cuerpo que tiembla, y demuestra lo joven y frágil que es, debe tener menos de 21 años y ya debo decirle "Mr", obedecer sus palabras y someterme a sus caprichos, cuando yo ya estoy llegando a los treinta. Es extraño, pienso de pronto que nada me incomoda mientras pueda limpiar y ganarme la vida eliminando la suciedad. Nada, ni siquiera la mano que ahora desciende por mi pecho y me provoca escalofríos ¡nada! ni el temblor, ni el sudor helado, ni las constantes palabras que balbucea, un <te quiero> apagado y absurdo que me hace pensar de nuevo en los sentidos, en lo poco frecuente que es usarlos, ver, quizás más que con los ojos ¿por qué no con las manos?  Palpar y así conocer -no en un sentido perverso, sino en la máxima cordialidad- lo que significa tocar un rostro y descifrarlo de a poco, por la longitud de la nariz, por la extensión de la frente, cual es su forma, si calza o no con el fondo, para reconocer a donde vaya y a ojos cerrados lo que estoy queriendo, lo que estoy amando.]

Mr. Arsène no entiende lo que esta provocando. El mínimo acto de bondad que realiza con el movimiento de su mano sobre la cabeza de jinks engloba una vida entera de precipicios, de cabezas gachas, de almas destrozadas que destrozan... y de nuevo la mano, su mano, la del Lord, señor, hombre adinerado que está confundido y cree que puede entrar borracho en medio de la fiesta, a la cocina, y amar a Jinks. Y Jinks, ¡Pobre Jinks! tiene que creer que las manos se mueven solas o que es una broma, como la broma que fue su nombre, cuando la madre se equivoco escribiendo y nació Jinks perplejo, como todos los hombres que dejaron de creer en Dios, y ahora están en su contra ¿y cómo no estarlo? si la mano ahora recorre a diestra y siniestra y ese Dios ya no lo está mirando, ni siquiera se da la molestia de ocupar su tiempo en convertirlo al cristianismo y por eso se deja llevar, y cree que su vida es un lavadero, sin certezas ni razones, sólo horas para la limpieza, para el desconcierto, horas para amar.