viernes, 4 de noviembre de 2011

Un día de otoño cualquiera.

Era como si estuviera diciendo adiós constantemente, con la tacita de café justo en la punta de la lengua, odiaba dejar a la mitad sus palabras y luego hacerse la desentendida e ignorar que ignoraban sus pensamientos, quizás era ella misma quién se hacía más invisible frente a los culpables del día a día. Ni siquiera recuerdo su nombre, no lo ponía en muchas partes, creía que plasmarlo como condenada en cada lugar era un acto de egocentrismo, y odiaba caer en aquellas trivialidades. La última persona que la tomo por completo fue él, cansado del inexplicable orgullo y esos muros que ella levantaba frente a los demás, decidió simplemente tomarla para él, un día de otoño cualquiera, sin motivo más que esas tantas cosas intangibles que uno siente cuando el cuerpo y la mente nos explica que estamos frente a quien amamos. Y por esos mismos motivos ni una parte de ella lo negó ni lo apartó, simplemente lo disfrutó tanto como él.
No pensó que dejaría de sentirse invisible ante eso, no pensó que aquellos detalles pequeños la hicieran madurar, sólo la ciencia de los sentidos la hizo despertar. Tampoco pensó en dejarlo, pero lo hizo, ahora que ya entendía más de lo que entendía antes, era más grande de lo que lo era antes y salió a buscar su propia libertad, porque de eso se trata todo, siempre de la libertad, algunos buscaban más el amor, pero no saben que aquello se encuentra verdaderamente sólo cuando nos encontramos a nosotros mismos