viernes, 19 de agosto de 2011

me sentía parte del aire.


La neblina rosaba mi cabello y lo convertía en una melena de león, mientras mis pies corrían para escapar de él, de sus preguntas y de sus excusas, la verdad ni siquiera corría, sólo avanzaba un poco más rápido que lo habitual y de vez en cuando miraba hacia atrás para asegurarme que su silueta ya no se veía.  Baje la velocidad, miré mis zapatillas, estaban abolladas por las piedras y la nieve, no sabía hacia dónde estaba caminando pero lo seguía haciendo, hasta que su mano rosó mi brazo y me detuvo. ¿Cómo logro alcanzarme? Sabía que esa pregunta no tenía respuesta, siempre lo encontré un tanto sobrenatural, sobre todo por el poder que tenía de calmarme, pero eso nunca me importó. Quería llorar, sabía que giraría y él estaría mirándome conmocionado y arrepentido, pero yo no quería oír de su boca lo que me merecía escuchar, lo que nos merecíamos, le mentí y él me mintió, fue como un juego de destrucción. Me enfrenté a él como una niña cara a cara con sus miedos y caprichos y lo pude observar como nunca lo había hecho, leía cada gesto y sentimientos que emanaba, siempre tan cálido, tan dulce, tan delicado y tan necio, igual de necio que yo. Decidí hablar, era mi turno, pero él comprendió que todas las palabras ya estaban dichas y como el ladrón más experto de todo Londres me robo un beso que estremeció mi cuerpo y  mi mente, no podía separarme de él aunque eso era lo que quería, dejarlo, esa era mi forma de sentirme libre, porque cuando estaba con él olvidaba casi quién era. Sentía su respiración entrecortada y como lo embargaba ese deseo de no querer soltarme jamás, pues sabía que si lo hacía me iría de su lado. Ese fue siempre su error, querer que yo fuera siempre suya, cuando yo me sentía parte del aire, sí, ese fue su máximo error, amarme más de lo que yo lo podía amar.