lunes, 21 de noviembre de 2016

Meses

Cada ciertos meses recordaba tu voz como metralla en la cabeza, eran frases inútiles y desfiguradas en las que distinguía las notas exactas del sonido ronco que emanabas, era como una montaña de basura, de basura de otro año, de algún mil nueve noventa y seis, en que después de perder la compostura, gané vacíos que jamás entenderé. 


La micro frenó en Franklin cuando La Pelinegra subió sin pagar el pasaje, dudosa, pidió permiso al conductor y se sentó a mi lado, en la ventana, en los últimos asientos de la máquina con espacio reducido, que avanzaba lentamente por la gran ciudad. A penas sentí el primer contacto supe que algo andaba mal, el nerviosismo comenzó a ascender desde mis piernas a las sienes, propagándose como un incendio que apretaba cada órgano vital del que estaba compuesto. Miré sus piernas de reojo y parecían el cielo, contorneadas por unos pantalones azules que me parecían tan conocidos que tuve aún más miedo de mirar, ella jugueteaba con su celular mientras yo transpiraba frío, sentía ganas inhumanas de tocarla, de posar en su pierna mi mano y decirle que quizás me habían puesto algo en la bebida, que algo me hacía delirar, porque su sola presencia me incomodaba hasta en el más mínimo trazo de piel, me obligaba a tocarla, a encerrarla en mi puño, a necesitarla. Cuando pasamos por la calle del persa me miró y sonrió, recordé que me gustan mucho los muebles que ahí venden, pero ese sentimiento no logró apartarme de los espasmos que estaba produciendo mi cuerpo, adentro, muy adentro de mis músculos, de los huesos, de las células de mi ser ¿se ríe de mí?. Articula movimientos y yo lo hago con ella, a veces rozo su cuerpo disculpándome por lo pequeño de los asientos, pero siento en la izquierda el cosquilleo de nuevo, el deseo amargo de que esta mano izquierda se fundiese ahí, en el pantalón que ahora es gris, y cuento que me quedan 3 estaciones y que Marion me está esperando para que la ayude con la cena, pero pobre Marion, como le voy a explicar que no depende de mí, que la sangre desde dentro de mis venas se re-ordena y manipula mi mano, yo intento, te juro Marion, mi Marion, que intento contenerla pero reconoce irreversiblemente esa pierna como su hogar, y en una distracción toca a la extraña, aprieta a la extraña, y extiende cada uno de mis dedos sobre el muslo rígido de esta pelinegra. La miro a los ojos, a su cara redonda de pelito corto y apelmazado, y me sonríe tranquila y paciente, como siempre, me dice:  ¿qué pasa Manuel? quedo perplejo, descolocado, la sangre comienza a dirigirse nuevamente a otros lugares de mi cuerpo adoctrinado por sus palabras, mientras le contesto a Marion: "Nada mi amor, no pasa nada, sólo me mareo con la micro, porque va muy veloz."